El 1ro de diciembre tuve el gran gusto de participar de la XVI Cumbre de Mercociudades en Montevideo, el encuentro anual de la red de mercociudades que está compuesta por 230 gobiernos locales de la región América Latina. Mi presencia estaba relacionada con enfocar en el “hacer red” desde la potencia de las TIC, tanto a nivel interno como en los vínculos con la sociedad civil.

Mi presentación tuvo como eje llenar de contenido eso que llamamos “cultura digital”, algo que puede ser muchas cosas y creo se va definiendo con nuestras prácticas. Para definir “cultura digital” mostré ejemplos de cómo esta cultura converge con la cultura escolar en educación. En sociedades signadas por la exclusión,  la inclusión digital es política pública. Planes de distribución de netbooks y conectividad para escuelas impactan en la educación en muchos países de la región. Esto, por ejemplo, llega a la forma del aula: las netbooks del Plan Conectar Igualdad en Argentina permiten -si se quiere una transformación pedagógica- nuevas formas y escenarios de participación en clase. El sólo ingreso de la posibilidad de conexión entre un grupo y, si se tiene acceso a internet, atravesando también las paredes del aula, modifica las dinámicas del curso; tracciona hacia la colaboración y otra modalidad de construcción del conocimiento. A partir de allí, claro, los logros que realicemos en educación con esta posibilidad tienen final abierto. En cuanto a trabajos en la escuela, un rap de alumnos del proyecto 1a1Sarmiento para un contenido curricular como el modelo agroexportador, dejan observar muchos aspectos de la cultura digital: la remezcla, la apropiación de herramientas, la potencia creativa y de expresión.En los hábitos cotidianos de quienes somos usuarios de internet vemos mucho de la cultura digital en acción: facilidad en la publicación, mucha comunicación, intercambio y colaboración, nutrición vía red. La potencia que la tecnología digital abre en tanto construcción de territorios, para la auto organización, la formación colectiva que favorece movilizaciones y un nivel de participación que hacía décadas no teníamos. Podemos plantear nuevas formas de conservar: la construcción de memoria también está interpelada por la cultura digital. Y en la práctica profesional de quienes somos un punto más de la red, la cultura digital también es significativa: desarrollo de habilidades comunicativas y expresivas, construcción de base, inversión en las relaciones: de abajo para arriba, autonomía, interdependencia, compartir, colaborar, distribución de contenidos.

El conflicto de Cuevana que nos tiene de luto a muchos me sirvió de puntapié para mencionar un conflicto mayor que tiene que ver con no comprender el funcionamiento de internet o, más bien, una clara resistencia a este funcionamiento: las leyes que tenemos criminalizan los comportamientos que desarrollamos en la web: conectarnos, comunicarnos, compartir bienes culturales libremente. En este sentido plantee una pregunta que creo el corazón -o uno de los corazones- de la cultura digital: tomando como ejemplo las películas (vale también para los libros) ¿podemos plantearnos la ampliación de un derecho, la libre distribución y acceso a los bienes culturales? Eso hicimos con la educación: ampliamos el acceso a la educación pública con la obligatoriedad del nivel medio. Si bien falta mucho camino por recorrer respecto a otros niveles educativos como el terciario o universitario, por qué no pensar en otra ampliación de derechos: un mayor acceso a bienes culturales. La respuesta obvia es de qué viven los cineastas. Es necesario pensar nuevos modelos de negocios. Todos los que habitamos América Latina hemos tenido que pensar nuevos modelos de negocios, de profesión, de subsistencia y, además, bastante seguido. Sabemos de eso. Este planteo me parece interesante para la región: si tuviéramos un Cuevana de películas argentinas y de todos los países de América Latina estaríamos construyendo algo muy interesante respecto a la identidad cultural. Hoy las películas que producimos desde el sur difícilmente logran pasar el fin de semana en las salas de cine. Es legítimo pensar alternativas a la imposición cultural que pueden lograr mercados culturales como el norteamericano que tiene el sostén para distribuir y sostener desde la comunicación películas, o sea, posicionar productos culturales. Tiene también que ver con permitir la diversidad en la globalización.

Una inquietud de la cumbre planteaba desde el título del encuentro era la “ciudadanía regional”. Cuando leí eso lo primero que pensé fue en mi mapa de Twitter: cuando leo tweets me conecto con personas, es secundario su origen. Las fronteras no son geográficas: cuando las hay, son de otro tipo. Mi red personal -como la de muchos- es muy regional, y más allá también.

La cultura digital es eso nuevo que empuja, que negocia con la cultura que conservamos. Es necesario pensar qué seguimos eligiendo de lo que traemos y también sumar de lo nuevo, hacer curadoría. Eso que hacen los docentes cuando ofrecen buenas clases. La capacidad de crear entornos de colaboración al aprender y trabajar en red es la potencia que permite la inteligencia colectiva, el tipo de inteligencia que necesitamos para vivir en realidades tan complejas.

Muchísimas gracias a Anne Sztejnberg y al Proyecto Estado+Derechos por invitarme.

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