ESCRITURA SALVAJE KARADA

El piso es lava.

“El escritor es un barquero de muertos tanto como de palabras”

La mujer y el sacrificio. Anne Dufourmantelle

En internet encuentro que el juego el piso es lava surgió del cuento «El deseo» de Roald Dahl, escrito en 1948. Dicen que la idea pasó del cuento de Dahl a la televisión, luego a las redes, luego al cuarto de mi hijo. De niña jugaba a saltar patrones de líneas en el suelo, desconozco si esto empezó por el cuento de Dahl, más bien creería que Dahl lo tomó de su infancia o las infancias que veía. Como sea, lo interesante que realiza Dahl (un muerto) en el cuento es poner junto lo que va junto en el arte: juego, peligro y deseo. 

En el cuento el niño atraviesa la enorme alfombra de fuego y serpientes, apoyándose en las escasas islas de color amarillo, salta sorteando el peligro motivado por una regla que él mismo se impuso, nada más y nada menos que un deseo: si lo logra, al otro día, en su cumpleaños, le van a regalar un cachorrito. Juego, peligro y deseo. 

Hace unos días nos invitaron a compartir el rito carnavalero de quema del muñeco en una chayita, quise explicarle a mi hijo menor el fuego y los gritos emocionados de adultxs cantando y bailando tocando caja, me agaché y le dije al oído que podíamos tirar al fuego lo que queríamos que se termine y así hacer lugar para lo que queremos que llegue. Con una amenazadora bombita fucsia llena de agua en la mano y espuma por todo el cuerpo, hijo menor sentenció: «ya me dijiste eso otra vez y no pasó». Rápido, humana adulta rápida: «hay que insistir» contesté. Estoy segura de eso. No estoy segura de eso. Empiezo un nuevo año de talleres Karada en donde acompaño el camino de otres en la aventura de seguir su deseo en la escritura, necesito volver a pensar mi manera de hacerlo. 

En la escritura gran parte de mi investigación tiene que ver con el deseo: busco propiciar que estén presentes el cuerpo y sus pulsiones en las palabras, oriento los talleres de Escritura Salvaje Karada -entre otras cosas- a entrenar esa disposición del cuerpo. En el arte la humanidad viene dedicándose de muchas maneras a darle ese lugar al deseo. Un ejemplo: en una tribu cazadora de búfalos, los cazadores esperaban a tener el sueño en el que cazaban el búfalo para salir a cazarlo. A la mañana siguiente, a la cacería llevaban un pequeño amuleto que creaban en arcilla expresando lo que habían sentido en el sueño. El amuleto guardaba la fuerza de ese deseo cumplido. Esto les daba el poder de cazar.  

Desde que somos máquinas de consumo, estos ritos dejaron de funcionar.

La semana pasada, una participante del taller Karada vino con su pequeña hija punk, me avisa que ella es difícil, que posiblemente no se hable con mi hijo. Hicimos el intento de dejarlxs en el cuarto solxs. Parece que luego de mirarse dudosxs durante un rato, el piso se convirtió en lava. Saltar juntes frente al peligro del piso en llamas les unió.

El juego funciona, pero no cualquier juego, es el juego de intentar salvarse del peligro y salvarse con otres. Siempre las niñeces han jugado con el peligro, como muestra bastan casi todos los videojuegos, pero no es de ahora: arco y flecha, pistolas de madera, cacerías, cautivas, indios, esclavos, cuevas y sótanos de terror, bosques embrujados, etc. La vida y, por lo tanto, el juego, implica riesgos. 

Si bien hubo tiempos difíciles siempre, habitar el mundo se hace cada vez más problemático. Hoy, el piso es lava, y, aunque la demoledora ola de calor casi mata la potencia metafórica del nombre del juego, podemos alojar muchos aspectos de nuestra vida actual en el significante lava.

Lxs humanos que nos precedieron, desde hace 50.000 años han venido expresando artísticamente sus deseos, frustraciones, miedos, ideas, amores y horrores. El arte es un juego que conjuga el pedido de deseos con la búsqueda de transformaciones frente al peligro. El arte es un riesgo, el elogio del riesgo de estar vivos, como dice Anne Dufourmantelle (una muerta). En el arte nos encontramos los vivos con los muertos, intentamos saltar.

En «Doce tesis sobre la economía con los muertos» John Berger (un muerto) habla de la relación entre vivos y muertos, y la fatalidad que implica actualmente la rotura de esta relación:

12. ¿Cómo es que los vivos viven con los muertos? Hasta la deshumanización de la sociedad que produjo el capitalismo, todos los vivos esperaban alcanzar la experiencia de los muertos. Este era su futuro último. Por sí mismos, los vivos eran incompletos. Así es que vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Solamente una forma moderna y peculiar del egotismo rompió esa interdependencia con resultados desastrosos para los vivos, que ahora pensamos en los muertos como “los eliminados”.

En el arte nos podemos encontrar los vivos con los muertos. La experiencia con la literatura es un diálogo, ¿con cuáles muertos quiero hablar, con cuáles necesito tener cotidianamente una charla? ¿Cuáles son mis clásicos, esos que todavía me hablan? A la escritura la impulsan mucho las ganas de hablar de/con/en mis muertos. ¿A quién doy voz intentado no perder ese sonido, de quién preservo la mirada, qué forma de caminar veo y qué pasos oigo, a quién le sigo hablando a través de esta médium que es la palabra?

¿Podemos vivir sin hacer esto? ¿Qué pasa si dejamos de encontrarnos con quienes nos precedieron, con quienes me hacen pensar, a quienes les hago preguntas porque ya lo saben todo, porque ya vivieron y murieron? 

En el arte nos encontramos con los vivos y con los muertos. 

Una experiencia con la literatura es un vínculo urgente en el presente con el pasado. El piso es lava, hay que saltar, y si tengo que elegir un lugar para apoyar mis pies, necesito que sea un lugar provisorio pero seguro, uno que me sostenga en la vida. Necesito lianas. Hilos deshilachados y poderosos que me conecten a la cultura de la humanidad a la que pertenezco, mi corpus.

La experiencia con la literatura al escribir es también crear un espacio de juego en donde nos imponemos reglas dictadas por el deseo. La ficción es un patio en riesgo de extinción frente a la censura de la realidad (quizás la pregunta más realizada en entrevistas a escritoras/es sea “¿es autobiográfico?»). La ficción es el patio de juego en el que me tiro y pueblo con juguetes para desplegar lo que sé y no sé del mundo, haciendo hablar a lxs muñecxs, armando con bloques las estructuras donde los muñecos pueden vivir sin que se les derrumbe el techo en la cabeza o, probar la hazaña de dejar una base débil, una torre que dependa del aire para mantener su delicado equilibrio. 

En la infancia jugamos a hacer casas. En la literatura, cuando somos grandes, lo seguimos haciendo. Una casa es un lugar posible para habitar el mundo, momentáneamente, fuera de peligro. 

La experiencia con la literatura al leer y al escribir es seguir probando ropa y elementos a muñecxs, ensayando cuerpos posibles para componer el propio que se encuentra en perpetua creación. Las casas que probamos construir en la literatura, al hablar con muertos (leer), al dar vida a otros (escribir), no nos dejan a solas, en la intemperie, frente al peligro, frente a la muerte. La experiencia de la literatura nos invita a estar en la vida en compañía de la humanidad, sus intuiciones, sus ideas, sus reflexiones, la sensibilidad acumulada que a lo largo de los años posibilitó a las personas desplegar sus existencias. La experiencia literaria palpita, el arte es la potencia salvaje que nos hace seguir siendo humanes.

En los encuentros de Escritura Karada nos proponemos estar en la cultura humana en su estado Salvaje, ampliar su potencia ficcional y espacio para el juego.

Exploramos la palabra para probar un salto, otro, jugamos y dialogamos con nuestros muertos y con todo el caudal de conocimiento que guardan para nosotros, nos probamos identidades, nos negamos a perdernos la intensidad de estar vivxs, esa que al leer y escribir se pone de relieve permitiéndonos habitar el espectro de emociones de lo humano. 

El piso es lava, pero no vamos a quemarnos siendo sólo máquinas de consumo; vamos a escribir, digo, a saltar. 

Ankoku Hikari 

Marzo 2023